Aproximadamente, llevo un año separando mis residuos, primero de forma personal y después familiar, descubriendo una forma sencilla de beneficiar con creces a la naturaleza. Sin embargo, es desalentador ver el poco interés de las entidades responsables de los residuos en contribuir al reciclaje, evidenciado en la recolección indiscriminada de cuanto material se postra en las calles, convirtiendo lo aprovechable en inservible en una mezcla perjudicial para el ambiente. Si quienes nos esforzamos haciendo la separación queremos que nuestra labor no sea en vano, debemos velar por sacar nuestras bolsas muy temprano en la mañana para que los recicladores, quienes con su labor nos permiten hacer este importante aporte ecológico, tengan oportunidad de tomar lo que les sirve para vivir. Es una competencia improductiva de camiones contra carretas, una guerra por acumular y subsistir, cuando su cooperación podría hacer que todos ganemos; nosotros, ellos y el mundo en que todos vivimos.
De otro lado está la indiferencia de gran parte de la ciudadanía. Creo que son muy pocos los que nunca en su vida hayan escuchado sobre el reciclaje y aún menos los que no dimensionan lo problemático de las basuras, de lo contrario nadie tendría afán por deshacerse de ella. Sin embargo, en el mundo presuroso en que vivimos donde prima lo más que sea más eficiente y rápido, es difícil convencer a la atareada sociedad de tomarse unos segundos para botar sus desechos, lo que generalmente se hace sin reflexión alguna. Únicamente, mediante una educación ambiental permanente de todos los sectores sociales, se entenderá el separar nuestros residuos como una acción facilitadora del reciclaje, limpiadora del ambiente, reductora del impacto ecológico, ahorradora en todos los sentidos y socialmente benéfica. Con esto claro, se comprenderá que vale la pena pensar antes de botar.
Los caleños hoy estamos escribiendo una nueva página en el capítulo del manejo de los residuos. Con un nuevo relleno sanitario y el cierre de un basuro que aún no termina de impactar ni de recordar la imprudencia de un pueblo ambientalmente inculto, tenemos la oportunidad de reorientar el rumbo y avanzar hacia una ciudad más amigable con su entorno. Si seguimos igual, olvidando lo que fue una montaña de basura de 68 metros de alto y de 12.000 m2 de extensión y de todo su lastre de contaminación, ¿repetiríamos la historia, cubriendo indiscriminadamente de más basura y muerte otro rincón de esta bella Esquina Verde del Planeta? Ciertamente tenemos el derecho y el deber a no reconstruir Navarro, entre todos y todas cambiar en conjunto y conseguir una Cali con más conciencia, con más cultura ambiental, una Cali con derecho a Reciclar.
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